CONSERVAR LAS BALLENAS, ALGO MÁS QUE UN DISCURSO
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“(…) notando que la moratoria [a la caza
de ballenas], que claramente tenía una finalidad temporal, ya no es
válida (…)”
Los países balleneros lograron introducir esta polémica
frase en una declaración oficial de la 58 reunión de la Comisión
Ballenera Internacional (CBI), que se celebró en la isla caribeña de
Saint Kitts y Nevis entre el 16 y 20 de junio de 2006.
El párrafo, que tiene la intención de
debilitar la credibilidad de la CBI plagándola de contradicciones, ha
levantado ampollas y sembrado la alarma entre representantes de
gobiernos, organizaciones no gubernamentales, |
medios de comunicación y particulares. Sin
embargo, las consecuencias reales de la declaración
–adoptada por votación con el 50 % de los sufragios– sobre la caza
de ballenas no van más allá, pues el final de la moratoria sólo se
declarará cuando las dos terceras partes de los países firmantes lo
aprueben.
Pero independientemente de que la llamada
“declaración de Saint Kits” no se haya adoptado por consenso y contenga
argumentos falaces, hay realidades que muestran una tendencia
preocupante para el futuro de las ballenas en el mundo. Japón ha
demostrado que su estrategia de compra de votos está funcionando, ante
la apatía de una buena parte de las naciones conservacionistas. El
simple hecho de que sólo un país –Brasil– señalara tímidamente antes de
la votación que no le parecía correcto que una declaración se adoptara
por sufragio, muestra la debilidad de la estrategia conservacionista.
Las normas de procedimiento de la reunión permitían que la decisión de
la Secretaría de aceptar la votación fuera impugnada, pero nadie se
movió en lo más mínimo en este sentido. Si esto se debió al
desconocimiento sobre el procedimiento, a la torpeza o dejadez, o a un
alarmante sentido del derrotismo es algo que nunca sabremos. Pero la
realidad es que hubo poquísima lucha antes de la votación, y una buena
pataleta posterior, que dio pie a que las naciones balleneras tildaran
–no sin cierta razón– de antidemocráticos a quienes se atrevieron a
poner en duda la participación de Islandia en esta votación y no en
todas las demás en donde Japón no consiguió mayoría.
En Saint Kitts quedó claro que el papel de
muchos de los países que dicen preocuparse por la conservación de las
ballenas se queda en poco más que en el discurso. A pesar de que era
evidente que las discusiones en la sesión plenaria eran fundamentales,
las naciones conservacionistas de habla hispana se permitieron el lujo
de continuar con los debates en inglés. España había conseguido los
fondos para la traducción simultánea, pero no pudieron contratar a nadie
por falta de tiempo y personal (según se afirma en el reporte del Comité
de Finanzas y Administración de la CBI del 13 de junio de 2006).
Permitirse esta magnificencia indica, por lo menos, dejadez, sobre todo
ante el hecho innegable de que pocos comisarios de habla hispana
manejaban el inglés como su lengua materna. Lo triste de este detalle
es que manifiesta la escasísima comunicación que hay entre los
conservacionistas para enfrentar una estrategia inmoral pero
perfectamente orquestada por Japón, que alecciona perfectamente a sus
subordinados antes de cada reunión. ¿Cuántos de nosotros habríamos
dejado de contratar a un traductor por falta de tiempo y personal cuando
teníamos los fondos para hacerlo? ¿No pudieron apoyarse las
delegaciones de España, Chile, México, Argentina y Panamá antes de dejar
pasar la oportunidad?
La
reunión número 58 de la CBI también sembró dudas sobre el papel de
algunas delegaciones. La razón por la que Estados Unidos no solicitó
que se retirara su nombre de la declaración de Saint Kitts no queda
clara, como tampoco el hecho de que dentro de su numerosa delegación no
hubiera una sola persona que sugiriera a su comisario impugnar la
decisión del secretario de la CBI de llevar a votación esta
declaración. Desde luego, en otras convenciones como CITES no es normal
que Estados Unidos permita algo así sin luchar fuertemente. El papel
del Reino Unido, Suiza, Suecia, Portugal, Australia, Bélgica, España,
Finlandia, Francia, Italia, Irlanda, Luxemburgo, Holanda o Alemania fue
igual o peor, a pesar del rimbombante discurso de algunos de ellos. En
pocas palabras, los países desarrollados fueron mediocres, no sólo
durante la reunión sino en todo el año previo a ella. Y eso marcó la
diferencia ante una Japón aliado a países como Kiribati, Nauru, Grenada,
Dominica, San Vicente, Antigua y Barbuda, Santa Lucía, Tuvalu, Surinam,
Palau, Benin, Saint Kitts y Nevis, Islas Marshall y la vergonzante
Nicaragua.
En
2007 se realizará la reunión número 59 de la Comisión Ballenera
Internacional. Una vez más se ve venir una fuerte ofensiva por parte de
los balleneros para ir minando la CBI, hasta que termine sirviendo a sus
intereses o acabe siendo un organismo plagado de contradicciones de tal
magnitud que lo conviertan en inviable. Los países que pretenden la
conservación de las ballenas no pueden continuar contemplando con
pasividad cómo se compran y venden votos de forma impune, y cómo se
manipulan el discurso para intentar justificar la matanza de cetáceos en
aras del “uso sostenible”, o la soberanía alimentaria de pueblos que
nunca han consumido carne de ballena. Queda un año para enmendar
errores; para trabajar de forma honesta buscando que las naciones
inclinadas genuinamente hacia la conservación se integren a la CBI o que
paguen cuotas atrasadas. Para abrir un diálogo entre delegaciones y
crear estrategias conjuntas que contrarresten el ignominioso comercio de
votos que está propiciando Japón. Incluso para estudiar y manejar a la
perfección las normas de procedimiento de la CBI. Lo que es inaceptable
es la mediocridad, pues más temprano que tarde la opinión pública
terminará pidiendo cuentas a los que no supieron o no quisieron ir más
allá del mero discurso. |